Un ignominioso rejunte de funcionarios que se pelean entre sí, transformando a la nación en un país enfermo.
Por Jorge Grispo. Abogado, especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones.
“El espejo de nuestras penas”, obra escrita por Pierre Lemaitre (2020), narra la dramática historia de una joven recubierta de sangre y desnuda que corre por Montparnasse. Para comprender lo macabro de la situación el lector se deberá sumergir en la locura de un momento histórico sin parangón marcado por el avance de las tropas alemanas sobre París mientras cientos de miles de personas buscan un refugio seguro lejos del alcance de los invasores. Su lectura me recuerda la locura que estamos viviendo a nivel mundial con la ya desgarradora invasión rusa a Ucrania y el sufrimiento que vemos a diario de un pueblo masacrado, mientras la paz mundial pende de un hilo muy delgado. Al mismo tiempo la política argentina no puede superar la pelea de gallos raquíticos en la que se ha convertido, agotando la paciencia de un pueblo tan angustiado como indignado.
Los argentinos tenemos la pesada carga de soportar nuestras propias penas, que no son pocas. Padecemos el peor gobierno democrático de la historia Argentina. Cristina es la responsable de todo el desaguisado que nos hunde como nación en la peor podredumbre moral que hemos padecido en democracia, pero no se hace cargo. Es una fiel creyente de su propio relato. La respalda una nada despreciable feligresía que le sirve como sustento de todos sus privilegios, fueros, dietas, jubilaciones, etc. pago por los contribuyentes. Cristina es la propia artífice de su decadencia. Tuvo todo para ser recordada como una gran dirigente, pero no pudo con su ego y terminará siendo perpetuada por la corrupción que siempre la rodea en los gobiernos de tinte populista que motoriza. Kulfas expuso un escándalo más.
Los desaguisados de la vicepresidenta (como sentar a Alberto Fernández en el sillón de Rivadavia) nos colocan a todos los que vivimos de nuestro trabajo en la misma situación de desesperanza y desgracia que la protagonista de la novela de Lemaitre, sumergidos en la locura diaria de un momento histórico sin parangón de la nación. El gasoducto “Néstor Kirchner” más allá de cómo termine esa nueva saga de corrupción y prebendas -ya judicializada- a las que nos tienen acostumbrados los gobiernos de la actual vicepresidenta, es la demostración más cabal de la desgracia argentina y de la impotencia para hacer las cosas que se necesitan hacer para tener un país mejor. Malos dirigentes generan malas soluciones. Lamentablemente nos gobiernan los peores.
Está confirmado, Argentina es un país enfermo y en terapia intensiva. Basta con recordar las palabras del presidente, cuándo el 23 de febrero de 2021 dijo: “La Argentina de los vivos que se zarpan y pasan por sobre los bobos se terminó. Acá estamos hablando de la salud de la gente, no voy a permitir que hagan lo que quieran. Si lo entienden por las buenas me encanta, sino me han dado el poder para que lo entiendan por las malas”. Luego vino el vacunatorio VIP, la salida de Ginés Gonzales García del Ministerio de Salud, y la ya célebre foto de Olivos, donde el presidente hizo exactamente todo lo contrario a lo que sus palabras nos habían dicho al resto de los argentinos. Una imagen que lo seguirá por el resto de sus días. Al mismo tiempo es una foto que nos enrostró una forma de ser.
La incoherencia de lo que nos está pasando como nación se ve reflejada, entre otras cosas en la dicotomía de un valor récord para la soja que se contrasta contra los más de 2000 puntos de riesgo país y la fuerte caída en la cotización de los bonos argentinos, sumado a la falta de gasoil, y la paralización de importantes sectores del arco productivo nacional. Al mismo tiempo si analizamos la reciente exposición del presidente en EE.UU, podemos afirmar que se trató de un discurso “chiquito”, para la tribuna interna, a la altura de un presidente que se calzó un traje que le queda grande. Para que se entienda bien, la fantasía que tiene Alberto Fernández de lograr un liderazgo internacional bajo su presidencia de la CELAC tiene las mismas posibilidades que la de ser reelecto. Al mismo tiempo que Alberto interpretaba el roleplay de líder mundial, al sur de Bolivia, más exactamente en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sufríamos un masivo bloqueo de los accesos a la ciudad motorizado por los movimientos sociales que pujan por más subsidios. Alberto se “autopercibe” como algo que no es, lo que enerva a Cristina mientras lo mira por TV.
Una vez más debo decir: el primer acto de corrupción de un funcionario es aceptar un cargo para el cual no está preparado. El gobierno del presidente Alberto Fernández y de Cristina Kirchner se ha convertido en muy poco tiempo en un gobierno infame. Un ignominioso rejunte de funcionarios que, divididos se pelean entre sí, convirtiendo a la nación en tiempo récord en un país periférico y sólo apto para las aves de rapiña, ya que nadie que se considere serio vendría a invertir con las reglas de juego que hoy tenemos. Resulta muy doloroso ver como la nación, sin tener una guerra que nos divida internamente o un invasor (como la cruel ocupación rusa sobre Ucrania) nos hemos convertido en un país que se quedó al “borde” del mundo, cooptado por el narcotráfico, la tranza política y las prebendas.
Argentina es un gran país. Es tan bueno que pese a nuestros recurrentes esfuerzos aún no terminamos por demolerlo. Hacemos todo lo posible, pero se resiste. El “tercer mundo” nos empezó a quedar grande hace tiempo. En 1913 teníamos el potencial y competíamos de igual a igual con países como Suiza. Hoy ni siquiera nos acercamos. La mala política es la principal explicación qué encuentro para nuestra debacle. El sistema de valores de nuestra sociedad está colapsado. Votamos candidatos que sabemos se van a servir de lo público, y no para servir al público que los votó. Siempre, claro está, hay honrosas excepciones, pero lamentablemente los malos ejemplos son superiores en cantidad.
Los malos gobiernos nos han convertido en una nación pobre, quebrada, mal administrada, con prebendas por todas partes. No hay rincón de la administración pública por donde no salga un poco (o mucho) olor a podrido. Tenemos (y seguiremos teniendo) un estado bobo que gasta mal y mucho. Somos un país sin rumbo porque los ciudadanos lo permitimos. Porque votamos como votamos, estamos como estamos. Sólo a un sector muy reducido de la población le interesa la política y el análisis de lo que “está pasando”, el resto, la gran mayoría, van a votar como “zombis” a los que poco o nada le importa si en la lista que le dieron para insertar en las urnas hay candidatos más o menos preparados. Es claro que para quejarnos de lo que somos como nación, primero deberíamos quejarnos de nosotros mismos, ya que somos los principales responsables, sin el voto no hay dirigente ni discurso político que valga. No sabemos, como sociedad, hacer valer nuestros votos, por eso nos gobierna el peor gobierno de la historia argentina en democracia, al que solo le preocupan sus rencillas internas. El pueblo, puede seguir esperando. Como dijo Bertolt Brecht, dramaturgo y poeta alemán, uno de los más influyentes del siglo XX, creador del teatro épico: “Que tiempos vivimos, que hay que defenderse de lo obvio”.