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Claroscuros electorales: El dilema del 19-N y una elección para la reconstrucción de una Nación éticamente infectada

En el laberinto surrealista de un sufragio histórico, la realidad argentina se desdibuja. Este 19 de noviembre, más que una decisión en las urnas, es un enfrentamiento con la distorsión, la corrupción y el desencanto. 

Por Jorge Grispo.

En vísperas de un balotaje decisivo, Argentina se encuentra al filo de una elección presidencial que promete inscribirse en los anales de la historia. El 19 de noviembre, más que un simple acto cívico, se convierte en un enfrentamiento apasionante en una arena donde la realidad se desvanece, como si hubiéramos caído en las páginas inquietantes de «NO COSAS» de Byung Chul Han. En este tenso escenario, una pregunta resuena con un eco inquietante: ¿cómo esta atmósfera surrealista puede influir en nuestras decisiones en las urnas? ¿Cómo, entre brumas y sombras, elegimos entre dos candidatos cuando el presente devora cualquier visión de nuestro futuro?

Byung Chul Han pinta un retrato de un mundo en el que lo sólido se desvanece justo cuando intentamos aferrarnos a él. Argentina, atrapada en este torbellino, ve cómo su política y su percepción de la realidad son engullidas. A medida que nos acercamos al momento del voto, desafíos apremiantes, como las interminables colas en las estaciones de servicio (¿ya nos olvidamos?) y la amenaza constante de la inflación, parecen difuminarse en la penumbra. Las urgencias del presente consumen nuestra atención, dejándonos a tientas en el camino a largo plazo de nuestra querida nación.

En el teatro político argentino, el corazón del votante oscila entre el perdón y la indiferencia ante la corrupción y la ineficacia. Byung Chul Han nos habla de una sociedad bañada en una luz tan intensa que ha cegado sus sombras, sumiéndonos en un mundo donde lo oscuro y profundo ha sido olvidado. En esta era de pseudo-transparencia, nos encontramos agotados, rozando apenas la superficie de una realidad que merece una mirada mucho más crítica y profunda.

La reciente revelación sobre la manipulación de los servicios de espionaje para influir en causas judiciales y amedrentar jueces es de una gravedad tal que nos coloca a todos los argentinos en un estado de indefensión pavorosa. La existencia reconocida de tráfico de influencias e información proporcionada por operadores de los servicios, como han documentado las crónicas periodísticas de esta semana, arroja luz sobre el turbio entramado en el que nadamos como sociedad. Queda por verse si este será uno de los temas que debatirán los dos candidatos a presidente que quedaron en carrera, Javier Milei y Sergio Massa, esta noche.

Estas «NO COSAS» de las que nos habla Byung Chul Han se manifiestan de manera palpable en las conductas impropias de algunos de nuestros máximos gobernantes. En busca de beneficiarse con actividades ilegales, realizan todo tipo de maniobras para justificarlas. Las cloacas de la democracia, lamentablemente, siguen más vigentes que nunca. El espionaje ilegal da lugar a teorías conspirativas, información falsa y una red de corrupción difícil de imaginar para el ciudadano de a pie.

Trasladando la mirada de Han al contexto argentino, nos enfrentamos a la paradoja de un electorado ahogado en un océano de información que, en lugar de esclarecer, confunde. El ciudadano medio se ve atrapado en un vendaval, paralizado e incapaz de discernir el verdadero alcance del veneno de la corrupción política.

Han también aborda cómo la vertiginosa velocidad de nuestra era ha erosionado el tiempo necesario para la reflexión. Atrapados en el remolino de las noticias, pasamos de un escándalo a otro sin la pausa necesaria para ponderar verdaderamente la índole de nuestros líderes políticos. En su «infierno de lo similar», Han dibuja un escenario distópico donde todo se fusiona en una masa indistinta, y los políticos, en apariencia, se funden en un monolito de corrupción e ineficacia. Esta homogeneización alimenta el desencanto y la resistencia a castigar a los responsables específicos, un telón de fondo que pinta un cuadro sombrío de resignación colectiva.

En la era del rendimiento que Byung Chul Han desgrana en sus escritos, se venera la victoria y la eficacia desmedida, seduciendo a los votantes a valorar únicamente los «éxitos» ostentosos de un político, a menudo ciegos a los métodos cuestionables que los hicieron posibles. Este fenómeno, si bien global, adquiere en Argentina un carácter distintivo y complejo. La mezcla de información manipulada, la era de la post-verdad con sus «fake news» y el filtro sesgado con que se nos presentan los hechos distorsionan la imagen auténtica de los actores políticos, complicando aún más el ya arduo proceso electoral.

Además, la polarización política ha cavado trincheras ideológicas que promueven una mentalidad de «nosotros contra ellos», en la cual defender a nuestro bando se convierte en un deber irrefutable, incluso cuando esto signifique ignorar sus deficiencias. Esta tribalización de la política simplifica peligrosamente el discurso a un blanco y negro moral, donde el objetivo no es construir, sino vencer.

En este panorama, cada voto se convierte en un acto trascendental, una elección que va más allá de la superficie de las promesas de campaña. El ciudadano argentino se enfrenta a un desafío crucial: mirar más allá de las apariencias, cuestionar la información que llega a sus oídos y discernir entre el humo y los espejismos.

En última instancia, el destino de Argentina reposa en la capacidad de su pueblo para desentrañar la maraña de información manipulada, superar la polarización y exigir transparencia y responsabilidad a aquellos que buscan liderar la nación. En este momento crítico, la ciudadanía tiene la oportunidad de escribir un capítulo decisivo en la historia de su país, desafiando las «NO COSAS» que nublan la percepción y construyendo un futuro basado en la verdad, la justicia y la esperanza.

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