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NOTAS DE OPINIÓN

El engaño populista de un Gobierno fracasado provoca que el descenso social sea el nuevo paradigma de una sociedad cada vez más desgastada

El populismo no busca sacar a los pobres del agujero, les regala una pala para que sigan cavando. 

Por Jorge Grispo. Abogado especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones.

El engaño populista, libro publicado en 2016, por Axel Kaiser y Gloria Álvarez Cross, es un profundo análisis sobre lo que los autores definieron como un engaño que lleva años afianzado en algunos gobiernos de América Latina. Con crudeza y mucha realidad intelectual describen la falsa primacía ética de los populistas y la realidad de sus desastrosos resultados. A lo largo de los años hemos visto cómo las políticas intervencionistas han conducido a sus países a la pobreza, a la inflación desbocada, a la corrupción, a los recortes de derechos y libertades y, en definitiva, a la destrucción de las posibilidades de progreso. Para entender este fenómeno, los autores analizan la anatomía de la mentalidad populista, su desprecio por la libertad individual y la idolatría por el Estado que los emparenta con totalitarismos del pasado. Otro factor fundamental de la tradición populista, es la hegemonía cultural, el rol de los intelectuales y el uso del lenguaje en la creación de opinión a través de los medios de comunicación cooptados. 

Desde que asumió el cargo de presidente de Argentina Alberto Fernández enfrentó diversos desafíos. La economía del país ya estaba en problemas, con altas tasas de inflación, una deuda pública creciente y una recesión prolongada. A su vez, la pandemia del COVID-19 afectó profundamente al país. También tuvieron efectos negativos la invasión Rusa a Ucrania, y la sequía que estamos padeciendo actualmente, sumado a la nueva crisis bancaria internacional. Pero el principal efecto negativo que padeció fue su falta de credibilidad y el hostigamiento, casi permanente, de la dueña del poder y de los votos, Cristina Fernández de Kirchner, con quien hoy está abiertamente enfrentado, como se corrobora por las recientes declaraciones de uno de los pocos ministros que aún responde al presidente, Aníbal Fernández, ninguneando a Máximo Kirchner. 

A poco de calzarse el traje de presidente Alberto Fernández evidenció que le quedaba grande. Su gestión ha sido un rotundo fracaso. En materia económica, el gobierno duplicó la inflación, con el índice anual más alto desde 1991, en un año electoral el poder adquisitivo se redujo a la mitad, erosionando el valor de la moneda, y disparando los niveles de pobreza. La economía argentina es mucho más frágil que el 10 de diciembre de 2019. El narcotráfico explotó evidenciando la impotencia inentendible del Estado. La gestión del gobierno ha sido desastrosa, donde la figura de CFK, a su vez, no ayudó a su propio frente, es más lo complicó, acicalando la autoridad del presidente, desde la renuncia masiva de funcionarios en 2021 luego de perder las PASO, hasta estos días, donde sus feligreses más conspicuos embisten contra un presidente muy debilitado que se aferra a la ilusión de las PASO como una manera de sostener un mínimo de autoridad presidencial. Son contradicciones propias de la diatriba populista a la que solo le importa sostener el relato, incluso por encima de la realidad. 

El populismo ha sido un fenómeno recurrente en la política argentina, con un impacto significativo en la economía, la sociedad y la calidad institucional del país. En términos generales, el populismo “cristinista” se caracteriza por una retórica emocional, la polarización y la adopción de políticas económicas y sociales que buscan apaciguar las demandas populares a expensas de la estabilidad macroeconómica y fiscal. La política económica del populismo en Argentina ha estado marcada por la intervención estatal, la expansión fiscal y la regulación excesiva de las actividades económicas. Frecuentemente han limitado las importaciones para proteger la industria y la producción nacional, lo que ha contribuido a la inflación, la baja competitividad y el aumento de la informalidad laboral. Además, la política fiscal ha sido particularmente laxa, lo que ha generado altos niveles de endeudamiento y déficit fiscal. Finalmente, las políticas económicas populistas también han generado un aumento del gasto público y una disminución de los controles sobre las cuentas públicas, lo que ha exacerbado la corrupción y la falta de transparencia en la gestión estatal.

Aunque los gobiernos populistas frecuentemente ofrecen programas sociales para mejorar la distribución del ingreso y reducir la pobreza, estos programas a menudo son mal gestionados, insuficientes o percibidos como clientelistas. El acampe de esta semana frente al Ministerio de Desarrollo Social es su más clara manifestación, donde la disputa por el “poder” del manejo de los planes es lo que realmente importa. En Argentina, los programas sociales han tenido un impacto nulo en la reducción de la pobreza y la desigualdad, y su financiamiento ha representado un importante problema fiscal para el Estado. Además, la dependencia de las políticas asistencialistas ha generado una cultura de la ayuda social que dificulta la incorporación de los beneficiarios al mercado laboral y limita sus oportunidades de desarrollo individual y comunitario. Dicho en términos coloquiales: El populismo no busca sacar a los pobres del agujero les regala una pala para que sigan cavando

Los gobiernos populistas han tenido un impacto negativo en la calidad institucional de Argentina, limitando la independencia de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. La politización de los organismos reguladores y la falta de independencia en la toma de decisiones institucionales han minado la confianza pública en las instituciones del Estado y la credibilidad de los funcionarios públicos. Además, la corrupción ha sido un problema endémico en la mayoría de los gobiernos populistas en Argentina, lo que ha comprometido la efectividad de las políticas públicas y disminuido la eficiencia en la gestión del Estado.

No es casualidad el índice de inflación que se dio a conocer para febrero del 6,6%, superando la histórica barrera de los tres dígitos (102,5%) para el cómputo interanual en las últimas tres décadas correspondiente al IPC (índice de precios al consumidor). Para marzo, todos los pronósticos señalan que incluso habrá una aceleración de la escalada inflacionaria. No se trata solo de un grave problema para el malogrado gobierno del Frente de Todos de cara al proceso electoral de este año, sino que estamos, además, ante la consecuencia concreta y evidente de todo lo que se viene haciendo mal durante décadas. Es imposible distribuir “riquezas” si primero no se genera. Es inviable todo nuestro sistema económico. El populismo tiene cinco problemas para cada solución. Los resultados están a la vista, por más esfuerzos que haga CFK para alejarse de la responsabilidad de sus malogradas políticas económicas, materia que viene reprobando desde hace tiempo. 

Señor lector, revise su cinturón de seguridad, asegúrese de que esté bien abrochado y firme. El 2023 arrancó a toda velocidad, es un año con elecciones presidenciales trascendentales para el futuro. Hay mucho en juego. Los candidatos ya preparan munición gruesa de un lado y del otro asegurando una batalla cruenta -políticamente hablando-, donde el gobierno ha logrado cambiar la dirección del ascenso social, ahora es el descenso social el nuevo paradigma de una sociedad cada vez más desgastada y saturada, víctima de los tres dígitos inflacionarios deberá elegir que consume y que no con mayor frecuencia. Mientras tanto el Gobierno sigue despilfarrando las arcas públicas con contrataciones sin sentido y gastos de muy dudosa necesidad actual. Y, por supuesto, CFK sigue cobrando puntualmente su millonaria jubilación, todo un “símbolo” de privilegios desmedidos en un país empobrecido por sus desaciertos.

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