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NOTAS DE OPINIÓN

Entre la magia de las pitonisas y la realidad del asado

Argentina se debate entre el surrealismo de las decisiones actuales y la esperanza de un futuro mejor. ¿Estamos listos para cambiar el rumbo y redefinir nuestro destino?»


Por Jorge Grispo.


Con un escenario teñido de desesperanza, donde 19 millones de almas claman por una vida más digna que la triste pobreza en la que se encuentra sumidos y 11 millones decidieron darle la espalda a las urnas, el dólar «blue» hace su osada aparición, rebasando la barrera de los $800. Y si le agrada un toque de sarcasmo, puede llamarlo «dos García Moritán». En medio de este dramático telón de fondo, Argentina se prepara para un duelo de titanes: el debate presidencial de hoy. ¿Será este el acto final de una tragedia o el inicio de un nuevo acto esperanzador? Sólo el tiempo lo dirá.


El modelo nacional y popular tropieza una y otra vez, buscando rumbo en medio de un laberinto de desafíos. En ese tumultuoso escenario político argentino, nos encontramos atravesando una transición teatral digna de una tragedia griega. Salimos de lo que muchos llaman «el peor gobierno de nuestra democracia», liderado por aquel que se ganó, a pulso y dedazo, el título del más olvidable presidente que la democracia argentina ha tenido. Ahora nos encontramos en la encrucijada de un cambio de ciclo, con figuras tan disímiles como Bullrich y Milei, quienes son la antítesis viviente del tan mentado populismo. Y aunque Sergio Massa haya decidido compartir mantel con quienes corean cánticos populistas, no parece comulgar del todo con esos ideales.


Frente a este escenario digno de una novela de intrigas y poder, uno se pregunta: ¿Quién será el próximo en ocupar el sillón presidencial? Y en medio de tanta incertidumbre, quizás, sólo quizás, deberíamos recurrir a una pitonisa. Sí, has leído bien: una pitonisa. Esa misteriosa figura capaz de desvelar los secretos más ocultos y predecir el destino, sin la ayuda de la razón o la ciencia, sino con la mística interpretación de los signos de la naturaleza. Aunque claro, recordemos que la política argentina tiene una capacidad sorprendente para superar cualquier predicción. ¡Que comience el espectáculo!


Este absurdo episodio no hace más que corroborar lo que hemos venido señalando: la crítica situación en la que ciertos actores políticos, en un acto de audacia o simple desesperación, toman decisiones que rayan en lo incomprensible. Y sí, es imposible no traer a colación el famoso caso de «Chocolate» y sus tarjetas. Un claro reflejo de la desfachatez y la malversación de fondos que ha plagado nuestras instituciones. Al fin y al cabo, como bien se dice en las calles: «es la misma pus, pero con distinto olor». Sin duda, estos episodios son un llamado de atención, una alerta sobre la urgencia de rescatar el diálogo serio, la competencia y la transparencia en la gestión pública.


En este circo político, donde la rectitud y la responsabilidad fiscal parecen ser actos de otra era, los argentinos nos encontramos en una posición precaria, a merced de aquellos que usan el erario como caja chica personal. El sabor amargo que nos deja la contratación masiva y sin criterio de empleados públicos, junto con las descaradas maniobras de distribución de «favores» en zonas vulnerables, es la muestra fehaciente de cómo se percibe el poder: un juego de intereses, lejos de la noble misión de servir a la sociedad.


En este contexto, no sorprende que la ciudadanía sienta que está en una constante feria de absurdos. ¿Acaso se ha perdido la noción de que el dinero público proviene del esfuerzo colectivo, de cada impuesto pagado por trabajadores y empresarios? La desfachatez con la que se administra este recurso refleja un desapego profundo hacia aquellos que confiaron en la capacidad de sus representantes para gestionar con prudencia y transparencia.


La pregunta es: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo los argentinos permitirán que sus recursos, fruto de su esfuerzo y dedicación, sean manoseados por manos inescrupulosas? Es momento de exigir cuentas claras y gestión responsable. Porque, como bien reza el dicho, «el que roba a un ladrón tiene cien años de perdón», pero el que roba al pueblo, ese tiene una deuda impagable. A esta altura la lista de deudores del pueblo se ha hecho demasiado larga.


Hoy más que nunca, la Argentina necesita líderes que comprendan la gravedad del momento que atravesamos. No necesitamos más promesas vacías ni discursos floridos que desaparecen tan pronto se apagan las luces del escenario. El debate de hoy es mucho más que un enfrentamiento verbal entre tres candidatos. Es la oportunidad de reconstruir puentes, de reconectar con una ciudadanía desencantada, de mostrar que aún en medio de la adversidad, hay quienes están dispuestos a poner el bienestar de la nación por encima de intereses personales o partidarios.


En el debate de esta noche Massa, Bullrich y Milei tienen ante sí el reto de demostrar que son dignos de la confianza del pueblo argentino. Que entienden que la política no es un juego de poder, sino una herramienta para mejorar la vida de las personas. Que están dispuestos a dejar de lado egos y desavenencias para trabajar por un objetivo común: una Argentina más justa, próspera y unida.
Hoy no solo asistimos a un debate, asistimos a un posible renacimiento de la política argentina, (o un nuevo naufragio). Un momento en el que podemos empezar a creer nuevamente en la posibilidad de un futuro mejor. Porque sí, las anécdotas y los escándalos pueden captar nuestra atención momentáneamente, pero es el liderazgo genuino, el compromiso y la visión lo que realmente nos guiará hacia adelante. Esperamos que este debate marque un antes y un después en la historia reciente de nuestro país. Porque la Argentina no merece menos.


La contratación de una pitonisa, aunque pueda parecer un chiste, se convierte en una metáfora de la gestión de nuestro presente económico: en lugar de basarnos en datos, análisis y proyecciones, recurrimos a lo irracional, a la esperanza mágica de un cambio inesperado. Sin embargo, detrás de esta máscara de surrealismo, se oculta una realidad mucho más dura: la inflación, que avanza implacable, erosionando el poder adquisitivo de las familias, llevando a que la mesa de los argentinos sea cada vez más austera. La carne, símbolo de nuestra identidad culinaria, se ha vuelto un lujo para muchos.
El dilema que enfrentamos no es menor. El próximo inquilino de la Casa Rosada heredará una economía en crisis, una sociedad polarizada y un tejido social en franco deterioro. El desafío será monumental: encontrar un equilibrio entre la necesidad de un ajuste económico y el imperativo de preservar la paz social. Todo ajuste tiene un costo, pero el arte de la política radica en distribuir ese costo de manera equitativa, buscando no dejar a nadie atrás.


Por eso, mientras aguardamos el debate presidencial y reflexionamos sobre el futuro que deseamos, es fundamental no perder de vista la esencia de la democracia: el poder reside en el pueblo. Y es el pueblo, con su voto y su voz, quien tiene la capacidad de trazar el rumbo de la nación. La responsabilidad es colectiva, y es hora de exigir una política que esté a la altura de nuestras esperanzas y anhelos. Porque Argentina no es solo pitonisas y chocolates; es una nación con un legado y un potencial inmenso, esperando ser conducida con sabiduría y visión hacia un futuro mejor.

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