Lo más grave del populismo es que presumen tener todas las soluciones cuando en realidad son una parte del problema.
Por Jorge Grispo. Abogado, especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones.
¡Ay de los que a lo malo dicen bueno, y a lo bueno malo; que hacen de la luz tinieblas, y de las tinieblas luz; que ponen lo amargo por dulce, y lo dulce por amargo! ¡Ay de los sabios en sus propios ojos, y de los que son prudentes delante de sí mismos! ¡Ay de los que son valientes para beber vino, y hombres fuertes para mezclar bebida; los que justifican al impío mediante cohecho, y al justo quitan su derecho! (Isaías 5:20-25). A lo que podríamos agregar: “Ay del pueblo argentino por todo lo que viene padeciendo”. El país fue puesto al borde del colapso por un gobierno inoperante del que su propia creadora no quiere hacerse cargo.
Esta semana pudimos observar en vivo y en directo que el extravío de Alberto Fernández ya es crónico. Hace tiempo perdió el rumbo y no lo encuentra. En el Parque Colón de la Casa Rosada no tuvo mejor ocurrencia que “celebrar” los tres años de lo que mayoritariamente es considerado el peor gobierno de la democracia argentina. Y para que nos quede claro a todos, en esa celebración del fracaso, la vicepresidenta volvió a hacerle bullying: no fue de la partida, marcando con su ausencia no solo su desprecio por el presidente, sino un nuevo intento por alejarse de los efectos expansivos de la mala gestión, de esa que no quiere pagar las consecuencias pese a que ella fue su mentora. Alberto rodeado de un minúsculo grupo de funcionarios sin peso político relevante, nos volvió a mostrar que pese a estar más solo que nunca, pretende, más no sea pour la gallerie, insistir en su reelección. Y, todo esto sucedió a pocos días de que los cortes de luz masivos afectaran a más de medio millón de usuarios. Realmente impresentable.
La decepción generalizada que vive gran parte de la ciudadanía argentina representa un severo desafío para el gobierno (de Alberto y de Cristina). Como lo dijo un histórico dirigente sindical: Estamos cerca del váyanse todos. Y eso evidentemente me parece que la dirigencia argentina tiene que estar atenta hasta cuándo la sociedad va a estar observando cómo decae paulatinamente su ocupación, su ingreso, su desolación. Pese a la pausa mundialista, vivimos una etapa donde la política está siendo muy observada (casi con lupa) por la ciudadanía al mismo tiempo que la tensión social, que se genera a partir del flagelo inflacionario, hace estragos en los bolsillos de los trabajadores y de la clase media (cada vez más reducida).
En ese contexto de incertidumbre económica y política la grieta terminó convirtiendo a la dirigencia política en una Torre de Babel donde resulta imposible que unos y otros se entiendan y logren consensos básicos. La Cámara de Senadores está prácticamente paralizada a consecuencia de las maniobras del oficialismo para bloquear la designación de Luis Juez en el Consejo de la Magistratura. Al igual que la Cámara de Diputados, donde la última pelea entre los bloques del Frente de Todos y Juntos por el Cambio terminó en una gresca impresentable. Todos critican a todos en discusiones donde el sesgo y la parcialidad parecieran ser la nueva regla de juego. En estas condiciones es muy poco probable que la dirigencia política pueda encontrar un camino de salida. Prima la idea, en ambos lados de la grieta, de que solo hay dos posibilidades: o tienen razón o fueron engañados.
La división de la política se ve agravada por la gestión del gobierno que es, cuanto menos, lamentable. En lugar de solucionar problemas los crean. Ponen nuevos impuestos en vez de quitar los viejos. En vez de generar prosperidad, distribuyen la pobreza. Gastan mal y de más (recordemos, por ejemplo, el cotillón mundialista del PAMI). ¿Están dormidos? Son tan ineficientes como demagogos. Juegan los juegos del poder sin darse cuenta que no ganaron una sola mano. Lo más grave del populismo es que presumen tener todas las soluciones, cuando en realidad son una parte del problema. El relato perverso de un reparto igualitario de la riqueza se termina convirtiendo en la pócima que nos envenena y nos estanca en la decadencia más profunda. Desprecian en público las riquezas de las que gozan en privado, hablando de igualdad social en twits que mandan desde sus celulares de última generación.
Al panorama anterior se suma la anunciada autoexclusión de CFK del proceso electoral que se aproxima, colocando a los beneficiarios de la franquicia peronista en un estado de shock mezclado con impotencia, donde ahora es más fácil criticar al extraviado Alberto Fernández (por ejemplo Grabois). Siguen prometiendo un futuro mejor que saben son incapaces de concretar. Con Cristina caída en desgracia y a poco de festejar sus siete décadas de vida, los franquiciados de lo que una vez fue el peronismo, tienen un arduo trabajo por delante: elegir a quien se va a sacrificar por el partido, bajo el anhelo de hacer, cuanto menos, una elección digna que les permita pararse cómodamente (luego del desastre que cometieron como oficialismo) en el lugar de opositores a lo que sea que el futuro nos depare como nuevo gobierno a partir del 10 de diciembre de 2023.
En ese contexto de orfandad política, los grandes huérfanos del renunciamiento cristinista son los integrantes de la facción militante “La Cámpora”, a quienes todos detestan en privado, pero toleran en público. Muchos podrán reciclarse, otros no. Son tiempos de cambio para una clase dirigente que dio sobradas muestras de su incapacidad, pero mucha eficiencia a la hora de construir fortunas imposibles de justificar. Todo siempre debajo de las polleras de lo que fue la mujer más poderosa de la nación en las últimas dos décadas. Cristina -con su equivocada visión de la economía- tuvo el demérito de convertir un típico país de clase media como la Argentina, en una nación donde la pobreza ha crecido exponencialmente, la educación se ha degradado a niveles impensados, y el narcotráfico es la actividad más lucrativa. Su legado serán las ruinas que deberemos reconstruir entre todos.
El cristinismo, que ahora ha quedado electoralmente huérfano, se ha caracterizado por no reconocer la legitimidad de quien se ponga en la vereda de enfrente. Los rivales políticos son denostados bajo la consigna “son peores que nosotros”. Si es el periodismo: “mienten y están al servicio de los grupos hegemónicos”. Y si es la justicia, el poder del Estado cuya función constitucional es juzgar a todos los ciudadanos: “son la mafia que reemplaza al partido militar”. En cualquiera de los casos, la denostación y deslegitimación es la metodología a seguir. Mediante la polarización secuestran ideológicamente a sus votantes. No hay discusión de políticas públicas ni búsqueda genuina de consensos. Esa es la razón de su estrepitoso fracaso. Es la soberbia mezclada con la ignorancia.
Sí debemos celebrar que de tanto atacar a la justicia, el cristinismo está logrando algo muy importante para nuestro futuro como sociedad: un Poder Judicial unificado y consolidado detrás de la Corte Suprema de Justicia. El mensaje que dio el Presidente del Máximo Tribunal en la cena anual de la Asociación de Magistrados y funcionarios de la Justicia Nacional, debe ser celebrado por todos, ya que marca el rumbo de institucionalidad y apego a la Constitución Nacional que todos los poderes del estado deben respetar. Es muy importante entender todo el discurso de Rosatti en su justa dimensión ya que puso en claro la hoja de ruta de la Justicia. La política, y en particular el oficialismo sigue equivocando las formas y el camino en todo lo que hace al Poder Judicial.
El mundial de Qatar y la final que se jugará en pocas horas es una pausa en el humor social de los argentinos. Pasado el fervor lógico de tamaño evento. Todo volverá a la normalidad en nuestra atormentada patria donde se respiran aires de desazón generalizada. En ese clima de insatisfacción por la gestión de un gobierno que no supo hacerse cargo de los problemas, sino que los agravaron y mucho, debe analizarse la crisis de legitimidad política del Frente de Todos, una coalición utilitarista que a la hora de gestionar, todo lo que prometieron cayó en saco roto. Más allá de los esfuerzos cristinistas por generar un nuevo relato de victimización y mostrarse ajena a la gestión de su engendro político, es claro que su fecha de vencimiento está próxima a cumplirse.