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NOTAS DE OPINIÓN

La fragilidad de Alberto es la épica de Cristina

En la guerra de los roces del dúo Pimpinela de la política nacional, lo que es un triunfo para Alberto importa una derrota para Cristina

Por Jorge Grispo. Abogado, especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones

Sobre el filo de la navaja Alberto Fernández logró lo que parece ser un triunfo personal que alienta sus sueños de reelección para 2023. Esta vez, al volante, como en la película “Thelma & Louise” dirigida por Ridley Scott en 1991, como Louise aceleró hacia el precipicio del Gran Cañón del Colorado, pero reescribió el final: clavó los frenos justo antes de saltar al vacío, que es lo que hubiera implicado caer en un nuevo default. El saltó del auto en movimiento. Ella no. 

Alberto tuvo en vilo a la nación hasta el último instante. Jugó sus cartas aún a costa de un mayor desgaste en la ya nula credibilidad de su propio gobierno y de la portavoz oficial Gabriela Cerutti, a quien previamente mandaron al frente con declaraciones que no se ajustaban a lo que estaba sucediendo. Con el “game” concluido -ni siquiera el set o el partido- se entiende la foto de Guzmán arremangado junto a Sergio Chodos (integrante del FMI), donde parece salir humo de sus cabezas tratando de encontrar puntos de encuentro en el mar de las diferencias. 

La traba final se desmaterializó cuando los representantes del FMI aceptaron incluir en su comunicado una frase que el presidente consideraba fundamental para sostener el relato y la épica de su socios políticos, ya que romper con ellos ahora, importaría que el entendimiento no sobreviva al Congreso. Resulta llamativo que los principales referentes políticos, tanto del Frente de Todos como de Juntos por el Cambio, se hayan expresado, casi en forma inmediata, sobre el “principio entendimiento” con el FMI, pero no la vicepresidenta de la Nación quien hasta ahora ha guardado nuevamente un (im)prudente silencio inicial. Por eso desde el gobierno hablaron de un apoyo implícito, que obviamente no es tal. 

¿Será que para la épica de Cristina lo que fue una buena noticia terminó siendo una mala? Enfrenta la disyuntiva de fingir su apoyo a un entendimiento que no comparte o quedar prematuramente en evidencia. El extraviado discurso que dio la vicepresidenta en Tegucigalpa queda ahora a contramano de todo lo sucedido. Es como si en el final de «Thelma & Louise” la segunda se bajara del auto y sólo cayera al vacío la primera (un final que ni siquiera al propio Ridley Scott se le hubiera ocurrido). 

Quizás las expresiones del diputado Carlos Heller nos den un poco de luz entre tantos problemas de “digestión”, considerando como aceptable el acuerdo, pero no por sus méritos -si es que alguno tuviera-sino por la herencia macrista. Pero en la otra punta de la guillotina “Soberanxs” lamentó la actuación de Alberto Fernández dado que entienden que somete al pueblo argentino a un ajuste perpetuo. Dos más dos suele ser cuatro. Los desacuerdos sobre el entendimiento son evidentes. Alicia Castro se refirió a la figura del presidente como un “error histórico”. 

Nuevamente podemos observar, pochoclo en mano, como la grieta entre Cristina y Alberto se agranda cada día más. El gobierno de Alberto Fernández viene batiendo muchos récords: pobreza, inflación, emisión monetaria, brecha cambiaria, crecimiento del narcotráfico, cuarentena innecesariamente extensa, vacunatorio vip, foto de Olivos (los hits siguen). El ajuste que se está haciendo a mansalva sobre la población asalariada y los jubilados es como la tortura de la “gota china”, ni más ni menos un método de tortura psicológica. En este contexto acordar con el FMI implica necesariamente hablar de ajustes, algo que el ADN de Cristina no tolera. Mucho menos que le digan cómo se debe gobernar de acá en adelante. 

Si miramos de cara al 2023 los problemas que enfrenta hoy la vicepresidenta son demasiados y muy complejos. Sola, paso a paso, fue entrando en un callejón sin salida. Podrá si impostar un apoyo sutil, o sumarse con una algarabía impensada a los festejos albertistas, pero la realidad, al menos para ella, es muy diferente. Si luego de la debacle en 2021 Cristina ordenó un piquete de funcionarios y ministros militantes al gobierno de Alberto Fernández, no parece imposible que sea ella misma -disimulando un poco- que cualquier entendimiento con el FMI termine bochado en el Congreso Nacional, y de paso, culpa a la oposición por tamaño acto de irresponsabilidad. Son los juegos de tronos a que ya nos tiene acostumbrados. 

Por eso la épica del relato cristinista termina siendo la mayor fragilidad de Alberto, quien queda cómo el único responsable de un acuerdo no querido, que importa, ajustar el gasto público y equilibrar las cuentas fiscales. O sea, ordenar el desbarajuste de nuestra empobrecida nación a consecuencia de la impericia de quienes nos han gobernado. Que el gobierno de Alberto es el peor de la historia argentina no hay duda alguna. Cómo terminará, todavía falta mucho para saberlo. Por el bien de los argentinos esperemos que concluya su mandato de pie. Cristina juega fuerte y está dispuesta a todo con tal de sostener su cuota de poder. No tiene previsto, al menos por ahora, retirarse a vivir la vida de ricos que le permitiría su millonaria jubilación. 

Cuando se conozca la letra chica del entendimiento con el FMI es probable que lo anticipado por Espert cobre significatividad, dirigiéndose al presidente, dijo: “firmó una canción de cuna”. El planteo no es menor: «El acuerdo con el FMI es una burla. No pone en orden a las cuentas fiscales ni a los problemas argentinos. Un programa sin cambios en la legislación laboral, sin reducción de impuestos, sin baja drástica del gasto público populista, terminará en otra estafa de Argentina al FMI». 

Mientras Cristina y los suyos se lamentan Alberto sale de festejo. Evitó caer en default posponiendo la reducción del déficit fiscal para 2024, y por supuesto el FMI se suma a la celebración porque al menos ordena el desastre de su principal deudor. La casa, por unos días, está en orden. Quien pretenda asumir la presidencia el 10 de diciembre de 2023 ya mismo debería poner un equipo serio de trabajo capaz de lidiar con la nueva herencia y no caer en la impericia procastinadora a la que nos tiene acostumbrados Alberto Fernández que deja todo para último momento. El viernes Alberto por segunda vez en poco tiempo evitó salir eyectado del sillón de Rivadavia. El dilema es que sin un acuerdo con el FMI no había posibilidad alguna de un 2023 para el oficialismo. Pero con un acuerdo y mirando los resultados de las elecciones de medio término de 2021, es claro que el votante -ajustes, tarifazos, inflación, caída de salarios, paritarias complejas, etc.- tampoco va a llegar muy contento con el Frente de Todos. He allí el dilema cristinista, y el porqué de su silencio inicial. 

Las miserias de quienes nos gobiernan son tan grandes como el fracaso de nuestra empobrecida y agrietada nación. Se sigue gobernando para ganar elecciones y sostenerse en el poder. Nadie piensa en gobernar seriamente para el pueblo y hacer lo que hay que hacer. Sangre, sudor y lágrimas no integra el ADN de la clase dirigente, por eso estamos como estamos, dentro de los cinco países con mayor inflación en el mundo, con niveles inaceptables de corrupción, con el narcotráfico “floreciente” y cada vez más y más pobres con una inflación descontrolada que no les da respiro. 

En la guerra de los roces del dúo Pimpinela de la política nacional, lo que es un triunfo para Alberto importa una derrota para Cristina. Así de alejados están. No lo van a decir públicamente y seguirán impostando como los matrimonios que no se separan porque los hijos son chicos (en palabras de Hebe de Bonafini). Ojo, no cantemos victoria que la tormenta aún no se alejó lo suficiente, y cualquier viento -de cola o de frente- la puede volver a posar sobre nuestras desgastadas cabezas. 

Lo cierto es que las consecuencias de un nuevo default hubieran sido más complejas que cualquiera de las pretensiones del FMI. Y esto de por sí es positivo. Pero llevar las negociaciones hasta el punto de quiebre nos habla de una temeridad e imprudencias cuanto menos llamativas. Lo que para Guzmán es un “pacto razonable” para Cristina son muchos problemas al mismo tiempo. Y, en eso precisamente consiste la fragilidad de Alberto Fernández, en la épica del relato cristinista con el que se pretendió ganar las elecciones en 2021 (terminaron perdiendo 5,2 millones de votos) y que seguramente pretenderán reeditar en 2023. 

El gran problema argentino es qué seguimos sin arreglar los problemas.

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