Alberto como presidente es un mediocre jefe de gabinete. Nunca pudo alejarse del papel que supo cumplir a la sombra de Néstor Kirchner.
Por Jorge Grispo. Abogado especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones.
«El presidente que no quiso ser” es un libro de Silvia Mercado donde la autora se pregunta (y responde) ¿Alberto Fernández no pudo, no supo o no quiso? ¿Cristina lo eligió porque sabía que era débil? ¿Cuál fue el acuerdo que hicieron? ¿Cómo se protegió la líder del Frente de Todos para evitar sus traiciones? ¿Es peronista Alberto? Cuestionamientos por cierto más que apropiados a juzgar por la realidad actual de nuestro primer mandatario, muy alejada por cierto de las necesidades de una población cada vez más angustiada, por lo que mucho consideramos, el peor gobierno de la historia democrática argentina, incapaz, entre otras cosas de contener el flagelo inflacionario por un lado y la calamidad que el narcotráfico está causando en toda nuestra nación. A lo anterior debemos sumar una grave crisis en todo el sistema de educación pública, en muchos casos incluso con el agravante de un indecoroso estímulo por la “educación militante”. Son realidades muy concretas que el presidente se niega a reconocer públicamente.
Alberto Fernández se encamina hacia sus últimos 294 días del primer mandato (¿y último?) de su vida. Lo hace vacío de poder, con solo 5 de los ministros que juraron el 10 de diciembre de 2019 y prácticamente atrincherado en sus propias (y erradas) convicciones que lo dejan más solo que nunca. El resto, por diversos motivos, fueron renunciando y saliendo de un gabinete nacional que nunca estuvo a la altura de las circunstancias. Sin poder político propio, sin moneda y con una inflación imposible de contener, la pregunta que debemos hacernos es ¿si nos encontramos realmente frente a un intento de reelección o se trata de una simple parodia? La respuesta no será ajena a las consecuencias. En la situación actual del presidente aplica la teoría de la sábana corta: en todos los casos le va a faltar algo, como sucedió en la mesa política del FdT, con tironeos de todo tipo y color que por ahora se mantienen puertas adentro, donde CFK sigue siendo, por ahora, la líder indiscutida de un espacio que se encamina a su fracaso más rotundo.
A la luz de la información concreta y verificable de nuestra economía, las chances que podría tener Alberto Fernández de ser reelecto son (prácticamente) nulas, al igual que las de cualquiera de los posibles candidatos del FdT. Un solo dato alcanza para ratificarlo: El salario promedio medido en dólares en 2012 fue de U$S 1.450, en 2015 de U$S 1.230, en 2017 U$S 1.689, en 2019 U$S 1.065, en la actualidad es de U$S 462. Para un pueblo acostumbrado a votar con la heladera llena la realidad de las góndolas dista en mucho de lo que el presidente dice de su boca para afuera (al comparar, por ejemplo, el supuesto crecimiento de la economía argentina, solo superado por el de China -sic-). Alberto Fernández terminará siendo un presidente para el olvido, capturado por su propia impericia y falta de criterio a la hora de tomar decisiones, algo que un mandatario hace desde que se levanta hasta que se va a dormir: decidir entre varias opciones a problemas de todo tipo y color.
Alberto, como presidente, es un mediocre jefe de gabinete. Nunca pudo alejarse del papel que supo cumplir a la sombra de Néstor Kirchner, un presidente con demasiado carácter y ambiciones que le marcaba el rumbo a sus subordinados. Por el contrario, Alberto es visto por casi todo el arco político y empresario como una persona sin palabra ni credibilidad. Es un mandatario solo y a la deriva. No es casualidad todo lo que viene padeciendo ¿y padecerá? en este tiempo. Desde el maltrato público de Fernanda Vallejos (okupa y mequetrefe, entre otros epítetos), pasando por el de Berni (el que trajo al borracho que se lo lleve), Larroque (no junta más del 4% de los votos), o la propia Cristina con la parodia de la lapicera o los presuntos chats de dudosa moralidad de su teléfono privado, son producto de lo mismo: la falta de respeto por la persona y el desprecio por la investidura que representa.
Alberto Fernández siempre intentó (desde los inicios de su campaña electoral a la presidencia luego de ser designado a dedo por CFK) dar credibilidad a sus afirmaciones bajo el aura de ser un “profesional” del derecho -dista en mucho de serlo-. Un presidente que se autopercibe profesor de la ciencia jurídica, cuando en realidad según sus propias palabras es “docente interino a tiempo parcial” (la diferencia entre uno y otro es abismal) y que violenta no solo sus propios decretos (fiestita de Olivos), sino las bases mismas de nuestro sistema democrático al intentar hacer mella en otro poder independiente de nuestro Estado Nacional, como lo es el Judicial, es un presidente que no termina de entender el lugar que ocupa en la sociedad. Nunca supo estar a la altura de las circunstancias.
Alberto sin dudas, es el presidente que no supo ser. Lo que ahora parece un intento de reelección, no es más que una parodia con la mirada puesta en el plan “aguantar y llegar”. Pretende, con su pantomima reeleccionista, que le sigan sirviendo el “café caliente” como dice irónicamente un conocido analista político y ex embajador. No podemos menos que coincidir con esa descripción cruda e hilarante, pero muy precisa de un funcionario que pretender seguir siendo lo que ya todos sabemos que no pudo ser, aún con la banda, el bastón de mando y la lapicera en mano. De los presidentes que tuvimos desde 1983 en adelante Alberto es el peor de todos. Se pudo sentar en el sillón de Rivadavia por un solo twit de Cristina, quien se siente defraudada y engañada. Alberto no tiene -ni tuvo- peso político propio. Esa es su mayor debilidad. De los “funcionarios que no funcionan”, el presidente ganó la carrera por varios cuerpos.
Demostró sobradamente ser un simple burócrata, capaz de adaptarse, como Zelig, el personaje de Woody Alen, al interlocutor de turno. Se ganó rápidamente el mote de poco confiable y procrastinador a la hora de tomar decisiones importantes. Fue y es, lamentablemente, un presidente que fomentó la grieta en lugar de combatirla. Un simple mandatario, sin independencia, defraudando con su accionar a propios y extraños, que nunca pudo construir un liderazgo genuino, aspecto éste que quedó al descubierto de manera descarnada con la renuncia twittera del ministro Martín Guzmán. Alberto fue elegido por Cristina frente a la crisis de su propia imagen en el electorado, entre otras cosas, porque era considerado un “moderado”. Ese elogio a su moderación terminó travestido en un elogio a la exaltación. El presidente desarrolló, a lo largo de su mandato una diatriba exasperada, hasta encrespada en ciertos momentos.
¿Intento de reelección o parodia? Con la inflación actual y la inseguridad ciudadana cada vez más grave, la respuesta es contundente: “parodia”. Alberto se ha convertido en el presidente de lo efímero. Sus declaraciones públicas son permanentemente bastardeadas por una realidad que lo sobrepasa. Los argentinos conocemos de sobra lo que es convivir con una inflación incontrolable. También nos hemos acostumbrado, lamentablemente, a convivir con la inseguridad. La realidad nacional y popular se termina convirtiendo en el cementerio del relato cristinista y por cierto de cualquier atisbo reeleccionista que pudiera intentar el peor presidente que tuvimos en democracia. Alberto sabe que no le da el “pine”, pero, también sabe que si no hace la mise en scene el vacío de poder que ya siente, sería terminal.
Hoy su único objetivo real es llegar de pie al 10 de diciembre de 2023 sin que le saquen el banquito.