La que se viene de acá en adelante, para el gobierno del Zelig de la política argentina, es muy diferente a todo lo que quedó atrás
Por Jorge Grispo. Abogado, especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones
Mientras el mundo se conmueve por la masacre que Rusia está cometiendo con el pueblo ucraniano, en Argentina seguimos debatiendo y dando vueltas sobre los mismos problemas, que, desde hace décadas nos han llevado al fondo del abismo. Los monólogos de Tato Bores siguen más vigentes que nunca como una clara evidencia de la decadencia popular y nacional de un gobierno tóxico que no logra resultados. Solo empeoran el día a día de un pueblo indignado y hastiado por tanta impericia y dispendio de lo público al mismo tiempo que Alberto Fernández se enfrenta, en un punto de inflexión, a una gran cantidad de problemas al mismo tiempo.
Con la coalición de gobierno partida en dos, aspecto que ya no pueden disimular los principales referentes de ese arco político, es claro que de un lado y del otro de la grieta interna del Frente de Todos “contra Todos”, se pretenden imponer, los unos a los otros, ideologías y caminos completamente distintos, mientras unos quieren ir por a la izquierda, otros intentan acercarse al centro.
Con la renuncia de Máximo a la presidencia del bloque oficialista de la cámara baja, lo poco que dice y lo mucho que calla la “reina polenta”, más las declaraciones del “cuervo” Larroque ya no es posible sostener la unidad ideológica del gobierno, el cual ahora enfrenta además de todos los problemas externos, un grave problema de supervivencia interna que, como frente político unido, es sólo una caricatura.
El acuerdo con el FMI fue la gota que rebalsó el vaso, pero la grieta que partió en dos al gobierno ya se venía gestando desde antes de la derrota en las PASO. La pérdida masiva de 5,2 millones de votos fue un duro golpe para Cristina del cuál no logra reponerse a consecuencia de la mayor debilidad que expone en su futuro político y sus intenciones de alejarse cada vez más de Comodoro Py, aspecto que hoy luce, cuanto menos complicado, para la ya casi septuagenaria vicepresidente, quien ya da cuentas del desgaste y cansancio que tanto trajín lo provoca. El tiempo pasa para todos. Sus reflejos políticos ya no son los mismos.
El feroz ajuste que está llevando el gobierno de Alberto Fernández horada cualquier posibilidad de salir airoso en 2023, aspecto este último que la “reina polenta” tiene más que claro, porque ya le causo una estrepitosa derrota en 2021. Esto explica, que el cristinismo como facción se aparte, o al menos intente hacerlo, de los resultados desastrosos del peor gobierno democrático de la historia argentina. Cristina intenta anticipar su muy probable rol de opositora que le tocara actuar desde 2023 en adelante.
Alberto Fernández hace del “aguantar, tragar saliva y seguir adelante” su nuevo mantra. No es él quién va a romper la coalición de gobierno, por la sencilla razón de que aún no cuenta con la fuerza política necesaria (y quizás nunca cuenta con ella). Sabe su limitación, pero tiene el suficiente grado de locura como para intentar cruzar el océano atlántica a nado. Además, el propio cristinismo se está encargando a la vista de todos, de hacer el trabajo sucio de correrse del gobierno, pararse al costado y ejercer el rol de facción opositora.
La repudiable agresión a la apedreada vicepresidenta le dio el pie necesario para victimizarse y dejar volar el humo de un complot en su contra, aspecto que suma en su camino de salida de un gobierno que acelera rumbo al fracaso.
La lluvia de piedras que calló sobre la oficina de la vicepresidenta es todo un signo de estos tiempos de locura generalizada que no puede pasar desapercibido. El presidente debió repudiar personalmente y en público ese hecho. La violencia no puede ni debe ser un recurso de la política. Al no hacerlo se volvió a tropezar consigo mismo. Y no importa en esto si Cristina le atiende o no el teléfono, el hecho es repudiable más allá de las miserias que todas las relaciones humanas padecen.
Tanto Cristina como Máximo entienden que el “Frankenstein” político que creo que la dueña del poder y de ahora 5,2 millones de votos menos, es un fiasco. Alberto jamás dio la talla para el cargo en el que lo sentaron. Solo tuvo una primavera en los dos primeros meses de la pandemia para convertirse luego en un “pato criollo”. Predecir en que va a terminar todo este entuerto nacional y popular es una tarea imposible. Cualquier cosa puede pasar.
Y cuando en el gobierno de una nación “cualquier cosa puede pasar”, es porque ese gobierno ha perdido el rumbo y se encuentra a la deriva, lo que se ve reflejado con la nueva “embestida” contra el campo, o la no nata “subsecretaría de la Unidad de Resiliencia Argentina”, un nombre tan torpe como el acto en si mismo de su casi instantánea creación y desaparición. Este tipo de situaciones que se generan desde la Casa Rosada, no tienen sentido alguno en el contexto actual del país, lo que pone nuevamente en tela de juicio el grado de impericia con el que se maneja lo público.
La que se viene de acá en adelante, para el gobierno del Zelig de la política argentina, es muy diferente a todo lo que quedó atrás. Con menos de dos años de mandato debe enfrentar el ajuste que le impone un edulcorado acuerdo con el FMI, ajuste que por cierto de hacerlo sellará la suerte de su futuro político, y, de no hacerlo las consecuencias serán aún peores anticipando el desastre. La inflación no para de crecer, y Alberto con su debilitado séquito se evidencia claramente impotente para poner freno al flagelo que azota a la inmensa mayoría de los argentinos.
Cristina lo sabe y quiero pararse lo más lejos posible de esa foto. Su preocupación hoy son las causas judiciales que aún le quitan el sueño, y las complicaciones que ya se empiezan a oler en los pasillos de los tribunales.
Lo que fue una exitosa estrategia electoral, termino siendo un problema aún mayor que el que tenía antes. Y eso sucede a consecuencia de que se sigue gobernando para ganar elecciones y no para solucionar los problemas estructurales que tiene la nación. Para un gobierno populista gobernar sin “billetera” es tanto como correr una carrera sin nafta. Imposible que llegue al destino querido.
Un punto no menor que debemos analizar es la trágica grieta que hace de Argentina una puerta giratoria (mucho movimiento, cero avance), cuando Máximo da el portazo renunciando a la presidencia de la bancada oficialista de la Cámara de Diputados, y vota en contra del acuerdo que su propio gobierno alcanzó con el FMI, y Cristina con sus silencios se para lejos del acuerdo, el gobierno no tardo “ni cinco” minutos en lograr un consenso con la verdadera oposición.
Eso nos indica que cuando la gente tóxica se corre, los consensos son posibles.