La prematura revelación de la renuncia presidencial en medio de una corrida cambiaria genera incertidumbre y preocupación. ¿Cómo es posible que ignore el daño autoinfligido a su gobierno y a las posibilidades del FdT de cara a las próximas elecciones? ¿Realmente estaba consciente del perjuicio que causaba?
Por Jorge Grispo. Abogado especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones.
La renuncia de Alberto Fernández a su intento de reelección presidencial marca el final de una tumultuosa gestión, caracterizada por una serie de desaciertos y fracasos. Desde su asunción en diciembre de 2019, Fernández nunca logró estar a la altura de las circunstancias y las expectativas de los argentinos, lo que lo dejó en una posición de absoluta soledad en el poder. En su discurso de renuncia a su reelección, que duró apenas siete minutos, el ahora ex-candidato dejó en claro que los últimos 20 años de la historia argentina, desde la recuperación de la democracia en 1983, fueron dos décadas perdidas. Lo llamativo es que Alberto es el tercer candidato en bajarse de la carrera presidencial, primero fue Cristina, luego le siguió Macri. La crisis hizo del sillón de Rivadavia una silla eléctrica.
Alberto Fernández será recordado por la fiesta de Olivos y su querida Fabiola, por el que dejó a los jubilados en una situación peor que cuando asumió como presidente, el que dispuso una eterna cuarentena, el del vacunatorio VIP, el que dejó a los asalariados con una terrible pérdida del valor adquisitivo de su sueldo, como el mandatario de una histórica emisión de moneda, como el presidente que no supo cuidar a su país del flagelo del narcotráfico y la inseguridad. También será recordado como el primer presidente peronista en no ir por su reelección (ya que en el caso de Néstor Kirchner la estrategia era alternar junto a su esposa en la presidencia), o en palabras de la ex Diputada Fernanda Vallejos, como un mequetrefe y un okupa. Su gestión estuvo marcada por una serie de fracasos y dificultades que dejan al país en una situación de vulnerabilidad extrema. Hoy estamos mucho peor que el 10/12/19.
Lo concreto es que durante su mandato, aún en curso, no logró dar respuestas a los desafíos que su cargo le impuso. Decidió renunciar a una carrera por la reelección que, desde el comienzo, sabía que sería imposible de ganar. A pesar de ello, siguió adelante con su candidatura con la única finalidad de sostenerse en el cargo. A partir del próximo lunes, comienza un período decisivo que determinará si podrá llegar al 10 de diciembre o si la crisis económica, social e institucional en la que se encuentra Argentina lo obligará a renunciar a su cargo antes de tiempo. Esperamos que pueda llegar hasta la meta final, pero la incertidumbre y la preocupación son palpables tanto en la sociedad como en la clase política.
El renunciamiento constituye un acto de irresponsabilidad institucional sin precedentes. La inoportuna revelación en medio de una corrida cambiaria dejó al país en un estado de vulnerabilidad extremo, generando desconfianza y preocupación. ¿Cómo es posible que ignore el daño autoinfligido a su gobierno y a las posibilidades de cara a las próximas elecciones? ¿Realmente estaba consciente del perjuicio que causaba? Estas preguntas, cuyas respuestas sólo el tiempo podrá revelar, son un reflejo de la gravedad de la situación institucional que enfrentamos en este momento y consecuencia directa del peor presidente que tuvimos en democracia. Más que renunciamiento podríamos hablar de una claudicación, de una huida. Alberto es ahora un presidente que no preside. El seudo feriado bancario que dispuso el BCRA con la Comunicación A 7746 anticipa los fuertes problemas que nos esperan.
A partir del próximo lunes, el mercado y el resto de los operadores económicos ajustarán su conducta a las nuevas circunstancias que presenta el renunciamiento por la relección. La única herramienta de presión que Fernández aún conserva es una segunda renuncia, esta vez, a su cargo, es la última bala en la recámara Un oficialismo unido nunca permitiría que su presidente renuncie a la posibilidad de ser reelegido, dejando el arco sin arquero frente a la oposición que pugna por alcanzar el poder. La renuncia de Fernández a competir por su propia reelección ha creado un vacío de gobierno de una magnitud inusitada, en un contexto de alza inflacionaria, pérdida del valor de la moneda, incremento de la pobreza y escalada del valor de la divisa americana. La paradoja del destino es que el presidente que fue lanzado al poder por un tweet, también dio a conocer su renuncia por la misma vía. La situación es dramática y, sin duda, dejará huellas profundas en la historia política de Argentina.
En su discurso de renunciamiento, Fernández volvió a ignorar la realidad de los problemas que no fue capaz de resolver como presidente. En lugar de reconocer los errores y las dificultades de su gestión, pareció buscar excusas y justificaciones que no se correspondían con la realidad del país. Además, la gestión del gobierno de Fernández estuvo marcada por una polarización política que dividió aún más a la sociedad argentina. En este sentido, resulta preocupante que el ahora ex-candidato no haya hecho una reflexión autocrítica sobre su gestión y las razones de su fracaso en resolver los problemas más urgentes de Argentina. Por el contrario, su discurso de renuncia parece haber estado más centrado en justificarse a sí mismo y en buscar culpables fuera de su propia gestión.
Desde la economía hasta la pobreza, la inseguridad y la deuda pública, la gestión de Fernández dejará un legado de fracasos y dificultades. Durante su mandato, la inflación acumulada supera ya el 400%, mientras que la situación social y económica del país empeoró de manera preocupante. A nivel internacional, Fernández se hizo conocido como un presidente impopular, con un 70% de desaprobación de su gestión. En definitiva, el renunciamiento de Alberto Fernández evidencia el fin de un ciclo político marcado por el fracaso y la falta de respuestas a los problemas más urgentes del país. A lo largo de su presidencia, Fernández nunca logró ser el presidente de todos los argentinos, se limitó a ser el de su facción política.
CFK, por su parte, enfrenta una situación compleja, ya que se perfila como la responsable de la derrota del oficialismo. El humor social es sombrío, y parece que la crisis social y económica que atraviesa el país solo empeorará en el futuro cercano. En este contexto, la ex-presidenta deberá tomar decisiones difíciles sobre cómo ordenar el peronismo (un partido que desprecia en privado) y cómo jugar sus cartas en la carrera por la interna del oficialismo. En este escenario, Daniel Scioli se perfila como un candidato para la interna peronista, gracias a su disposición al diálogo y sus ganas para poner el hombro en momentos de crisis, junto con Agustín Rossi impulsado por el presidente. ¿Lista única? Es posible, todo depende hasta donde esté dispuesta la septuagenaria vicepresidenta a forzar al aparato peronista más ortodoxo, y éste a soportar la ausencia de un candidato “puro” capaz de superarla en las urnas.
La crisis institucional que se avecina es de una magnitud sin precedentes, y las consecuencias son impredecibles. En este contexto, resulta fundamental que la clase política argentina actúe con responsabilidad y altura, priorizando el bienestar de la sociedad y buscando soluciones a los problemas más acuciantes del país. La ciudadanía argentina merece líderes comprometidos y capaces, que estén dispuestos a trabajar juntos por un futuro más próspero y estable.