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¿Es el fin de la cordura política? El caos y la desorientación amenazan la gobernabilidad

En un escenario de diarrea verbal y desorientación política, ¿está el oficialismo al borde de perder por completo la cordura? 

Por Jorge Grispo (Abogado)

En «El corazón de las tinieblas» de Joseph Conrad el personaje principal, Marlow, se adentra en el Congo para encontrar a Kurtz, un hombre que se ha convertido en una especie de dios. A medida que se acerca a su objetivo, se da cuenta de que Kurtz ha perdido la cordura convirtiéndose en un ser brutal y cruel. Esta metáfora refleja la situación actual de la política en Argentina. Los líderes políticos pueden comenzar con el pie derecho (algunos, no todos), pero a medida que luchan por el poder y enfrentan desafíos y obstáculos, suelen perder la cordura y el sentido común.

Mientras la inflación no cede y está al rojo vivo (el 8,4% mensual que dispara un interanual del 108,8% rompe todos los récords de las últimas tres décadas), las recientes sentencias de la Corte se han convertido en los nuevos anabólicos que revitalizaron al decadente Frente de Todos, otorgándole un renovado ímpetu y un apetito insaciable por mantenerse en el poder. Este impulso se traduce en una diarrea verbal de sus principales figuras, a la vez que el presidente que no preside mostró estar más desorientado que nunca, primero con la cadena nacional del pasado jueves, luego embistiendo contra su propio frente interno al señalar este viernes, en punto a la inflación, (en un infantil intento por esquivar la bala inflacionaria): “Ayer a la noche tarde hablaba con Sergio y le decía tenemos que ponernos algún objetivo definitivo para parar con esto. Es el mismo presidente que mandó a comprar un nuevo avión presidencial. Hay que parar con tanta hipocresía. 

Mientras en Santa Cruz, Alicia Kirchner da un paso al costado desdoblando las elecciones, anticipándose al fracaso electoral que se aproxima, y Axel Kicillof advierte que él también podría seguir el operativo despegue, con tal de no quedar pegado a su propio gobierno en las elecciones presidenciales, resonaron las gravísimas declaraciones del Jefe de Gabinete en su “informe” ante el Senado: “A 40 años de la recuperación democrática, el peor Poder es el Judicial”, «en la Argentina hay un suprapoder o poder paralelo que no tiene legitimidad democrática pero que condiciona la vida democrática de los argentinos«. Y lo más grave «en algún momento ese Poder tendrá que ser desarmado”. El inminente caos institucional se vislumbra claramente en estos prolegómenos de lo que se viene.

Sumado a todo lo mencionado anteriormente, la ya septuagenaria vicepresidenta, reafirma su vocación tuitera. Recientemente, tras la retirada de su «compañero» Mansur de la contienda electoral (y antes de la publicación del índice de inflación), nos sorprendió con otra metáfora proveniente de sus fantasías más extravagantes: “Ya se salieron con la suya, hicieron la doble: 1. Cautelares contra el peronismo en San Juan y Tucumán; 2. Tapadera del escándalo de Rosatti y su enriquecimiento ilícito que estaba siendo denunciado por un funcionario de la Corte en la Comisión de Juicio Político, el mismo martes y a la misma hora que sacaban el fallo suspendiendo las elecciones provinciales. Ahora ya no tienen excusas. Dejen votar a Tucumán. Dejen votar a los tucumanos y las tucumanas en paz YA”. Y sobre la inflación dijo: nada aún. Silencio. 

En medio de este caos institucional, mientras el oficialismo se dedica a culpar a otros por sus propias deficiencias, la sociedad sufre las consecuencias de una gestión ineficiente. Incluso en un país donde aquellos que tienen empleo son considerados «pobres» debido a sus bajos ingresos, el gobierno continúa eludiendo su responsabilidad y persiste en buscar responsables externos. 

Recordemos que mucho antes de que se emitiera la sentencia que condenó a CFK por corrupción, sus seguidores iniciaron una campaña para socavar la autoridad y credibilidad del máximo tribunal, alegando el uso de tácticas judiciales injustas (conocido como «lawfare»). Durante varios meses, vertieron críticas y acusaciones en diversos medios, cuestionando la independencia y objetividad de la justicia, e incluso la moral y ética de algunos jueces. Lo ocurrido esta semana es una consecuencia de todo lo anterior, y parece que están dispuestos a seguir adelante.

La politización de la justicia se cierne como una sombra ominosa sobre la democracia y la lucha contra la corrupción. La estrategia desesperada de CFK de humillar públicamente a los jueces mediante juicios políticos es un deplorable espectáculo circense. No solo pervierte la equidad en los procesos judiciales, sino que también socava implacablemente la lucha contra la corrupción. Es imperativo que los actores políticos respeten la sagrada separación de poderes y se fortalezcan las instituciones judiciales para preservar la transparencia y la rendición de cuentas. El futuro de la democracia y el bienestar de la sociedad están en juego en esta encrucijada crucial.

Dentro del relato cristinista, algunos oportunistas han encontrado en las recientes sentencias que suspenden las elecciones en Tucumán y San Juan una oportunidad para avanzar su agenda. A través de feroces críticas a las decisiones de la Corte, el gobierno intenta presentarse como una fuerza defensora de la democracia y la transparencia electoral, desviando así la atención de otros problemas que aquejan al país. Sin embargo, estos movimientos podrían ser la antesala de una potencial crisis institucional si los resultados de las próximas elecciones no favorecen al oficialismo. Veamos. 

En el escenario político actual, las declaraciones audaces han llegado a su punto más álgido. La advertencia de que el próximo gobierno será efímero retumba en los oídos de todos los argentinos, mientras se teje una trama maquiavélica, susurrada en voz baja, como el «Plan llegar para después volver». Los hilos se entrelazan peligrosamente, deslegitimando de antemano a cualquier presidente electo, argumentando una inexistente proscripción de CFK. Es una apuesta desesperada, un juego perverso en el que se apuestan todas las fichas para que el próximo gobierno, sin importar quién lo lidere, sea incapaz de desactivar la bomba de tiempo que le han dejado. Se espera que sucumba antes de tiempo, permitiendo así el regreso triunfal de aquellos que siempre buscan abarcarlo todo. Es una estrategia oscura y manipuladora que amenaza con socavar los cimientos de la democracia argentina. 

Estos acontecimientos desafían con minar la legitimidad y estabilidad del liderazgo futuro en beneficio de intereses particulares, y claramente en detrimento de todos los argentinos. La incertidumbre y la polarización política se agudizan en un contexto donde la voluntad popular podría verse subvertida en aras de mantener ciertos poderes y privilegios. Atacar la legitimidad de las instituciones y socavar la confianza en ellas es una estrategia peligrosa que persigue desestabilizar la democracia. 

En los confines oscuros del gobierno de Cristina y Alberto Fernández, hoy enfrentados y sin retorno posible, el fracaso político se ha convertido en una dolorosa realidad, tal cual se corrobora con el 8.4% de inflación que se dio a conocer el pasado viernes. Sin embargo, es crucial distinguir entre el fracaso inherente a la gestión y la peligrosa caída en una destructiva disputa entre los poderes. La democracia, ese faro que guía nuestros destinos, no se limita a ser un simple sistema de gobierno. Es un estilo de vida, una llama que requiere de nuestro compromiso constante para protegerla y fortalecerla en cada rincón de nuestra sociedad.

Como ciudadanos, nuestra principal herramienta es ejercer el derecho al voto de manera informada y consciente. No se trata de elegir al menos malo, sino de respaldar a aquellos candidatos que presenten propuestas viables y realistas para el progreso de nuestra sociedad. Cada voto cuenta y puede marcar la diferencia en el rumbo de nuestro país. Como dijo hace tiempo José “Pepe” Mujica: “El poder no cambia a las personas, sólo revela quiénes verdaderamente son”.

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