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NOTAS DE OPINIÓN

Santa Cristina de la Recoleta es una víctima de sí misma que pelea contra su propio caso

¿Debe ser juzgada de manera diferente al resto de los ciudadanos? ¿Juicio o un plebiscito popular para dirimir si es inocente o culpable? 

Por Jorge Grispo. Abogado, especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones

Santa Evita (1995), novela de Tomás Eloy Martínez, mezcla hechos reales y ficción enfocados en la vida de Eva Perón. Es al mismo tiempo, una biografía, un documento histórico, una fantasía histérica y surrealista con un relato conmovedor. CFK busca, como lo documenta Camila Perochena en Cristina y la Historia, una referencia permanente en Eva Perón. En 2016, cuando fue citada a indagatoria por el juez Claudio Bonadío, en su primera aparición pública luego de dejar la presidencia, se paró ante su feligresía clamando: “Lo mismo pasó cuando derrotaron a Perón y Eva Perón. Ni que hablar de lo que fue la proscripción y los decretos que prohibían decir Perón. Estoy segura que si pudieran prohibir la letra K del abecedario lo harían”. 

Cristina comete el pecado de priorizar sus propios problemas, errando el camino. Victimizarse le es útil sólo para que se hable de ella, no para que la voten, de este modo termina siendo su propia víctima. “Santa Cristina” es la novela que está escribiendo la vicepresidenta, haciendo de la victimización su principal activo político y salvoconducto social, una especie de pase sanitario frente al virus de la corrupción. La coreografiada “reaparición” pública del pasado 15 de setiembre encabezando un acto en el senado rodeada de los “Curas Villeros”, y la alusión con voz sutilmente quebrada para referirse a su conversación telefónica con el Papa, aludiendo convenientemente -para su propio relato- que el Santo Padre le habría dicho “El Papa me llamó tempranito al día siguiente de lo ocurrido. Me dijo que los actos de odio y de violencia son precedidos por palabras de odio y violencia”, nos vuelve a ofrecer un montaje político que busca ubicarla en el centro del debate público como víctima mientras es juzgada por actos de corrupción, evidenciando una vez más que Cristina se victimiza, al mismo tiempo que no se hace cargo de ser la principal responsable del peor gobierno de la democracia Argentina. 

CFK arrancó el segundo tiempo de un gobierno unido solo por el espanto al patrullero. Lidera sin intermediarios el oficialismo, instalándose como candidata presidencial para 2023, en lo que sería una apuesta riesgosa, (podría quedar sin fueros), ante un escenario judicial que no la favorece. Tiene tiempo hasta el cierre de las listas del próximo año y lo va a aprovechar al máximo. Sabemos que, en la situación actual, un par de meses son una eternidad y cualquier cosa puede pasar. Máxime cuando los efectos de la inflación que no cesa y del feroz ajuste que está haciendo el gobierno de Cristina comience a sentirse en los bolsillos. El reciente resultado electoral de Marcos Juárez es el primer semáforo rojo que preocupa -y mucho-  a Cristina atrapada en sus propios dilemas. No es casualidad que justo en este momento el Senador Parrilli, entre otros, de claras señales de que CFK estaría dispuesta a reunirse con el ex presidente Mauricio Macri (ese mismo al que odia y se negó a entregarle los atributos de mando), en lo que sería una maniobra política que busca esconder -como la jirafa- su debilidad política y su frágil situación actual. 

Ocupada en su guerra contra el Poder Judicial nada dice de los problemas que “aplastan” al resto de los argentinos. No menciona la palabra “ajuste”. Ni qué decir del drama de la pobreza generalizada y el flagelo del narcotráfico frente al “llamativo” silencio del Frente de Todos más preocupado solo en denunciar una imaginaria proscripción y la violación de derechos humanos en el ”santuario” del recoleto barrio donde vive CFK. Resulta por cierto llamativo que los teloneros de Cristina griten “Vamos a volver, vamos a volver”, cuando son ellos los que están en el gobierno. Cánticos disociados de la realidad que muestra la falta de rumbo al igual que cuando convirtieron la Basílica de Luján en una Unidad Básica celebrando una misa para la Santa Cristina de la Recoleta. 

Pareciera que para ella la derrota electoral del 2021 ha quedado en el cajón de los recuerdos, pero se equivoca. Toda su estrategia actual sólo es útil para sostener el relato frente a sus feligreses, que, en el mejor de los casos ronda actualmente un 25% del electorado -nada despreciable por cierto- pero que no le sirve para acercarse a los votantes independientes. Es más, la estrategia del “caos” aleja a los votantes independientes, cansados de tanta politiquería barata, decadente y con sabor a nada. El carnaval carioca del santuario de la calle Juncal y la comparsa murguera de Luján han sido muy útiles para que el resto de la sociedad haga del espanto su punto de vista. 

Los argentinos estamos cansados de tanta hipocresía, ego exaltado y relato fantástico. ¿Qué quiere Cristina? ¿Pretende ser juzgada de manera diferente al resto de los ciudadanos? ¿Quiere un juicio o un plebiscito popular para dirimir si es inocente o culpable? El debate que ha instalado la vicepresidenta es una discusión miserable donde se parte de la base de que todos son “chorros”, incluida la casta dirigente, la sindical y el poder judicial. Siendo que esto no es real, también hay gente honesta y decente, la única solución posible es dirimir las “culpas” y las “inocencias” en el lugar que corresponde conforme a nuestra Constitución, ante la Justicia. Nos guste o no, es hora de que dejemos la anomia en el pasado y aceptemos las reglas de juego. Que hay que mejorar no solo el servicio de justicia, sino la política misma, es una realidad, pero es la misma clase política la que es elegida para hacer las reformas necesarias, en lugar de bastardear las instituciones. Caso contrario sería muy fácil hacer un juicio “popular” a CFK y que por vía plebiscitaria la ciudadanía vote sobre su inocencia o culpabilidad. Pero eso no es ni siquiera planteable, además que tampoco se prestaría a tal faena, no sea cosa de que pierda una vez más en las urnas y el pueblo la declare mayoritariamente culpable. Las encuestas no la favorecen. 

La épica cristinista de “santificarla” se agota en lo anterior, al igual que el juego de suma cero que está llevando adelante CFK: la victimización. Plebiscitar las inocencias y las culpas hubiera sido un buen remedio para quienes ponen siempre en tela de juicio a la Justicia como Poder independiente del Estado ¿un funcionario acusado de corrupción sería capaz de someterse a la voluntad popular para que decida si es corrupto o no? La respuesta es obvia, entonces deberíamos preguntarnos ¿a qué están jugando? ¿a romper las instituciones? ¿A copar la calle? ¿A qué no se toca a Cristina porque se va a armar? El planteo en sí mismo es tan aterrador como estúpido. Como el matón que se hace el malo, pero cuando llega el momento de la pelea realiza una retirada “estratégica”. 

No podemos pensar un país seriamente si la respuesta a un pedido de condena por actos de corrupción es una “poblada”. Sería algo así como un superprivilegio de la vicepresidenta, además de las 110 jubilaciones mínimas que percibe mensualmente, sus custodios, secretarios y todo el aparato que la rodea permanentemente, para una vida despojada de los problemas mundanos. ¿Debe Cristina ser juzgada de manera diferente al resto de los ciudadanos? Carlos Menem, fue presidente, tuvo todo el poder y lo ejerció con mano firme. Fue juzgado y condenado, el país siguió su rumbo y nadie se rasgó las vestiduras ¿por qué ahora debería ser distinto? ¿CFK está por encima del resto?

Si la acusación contra Cristina es infundada, o el tipo penal por el que se la somete a juicio no prospera, debe ser una decisión de los jueces competentes. Todos, no solo Cristina, los que sean acusados por hechos de corrupción (o por cualquier otro delito) deben, sin excepciones, ser juzgados. No es la presión de la calle la que debe dictarle a la justicia si una persona es inocente o culpable. Sería tanto como aplicar la ley de la selva, convirtiéndonos en un país tribal, no en una república, como alguna vez soñamos ser. Este es el debate que está detrás de toda la puesta en escena de la vicepresidenta a quien solo le importa su propio destino. El resto podemos seguir esperando. Cristina cuenta con la suficiente riqueza personal como para contratar los mejores abogados que estén a su alcance, de hecho lo hizo. Es su trabajo demostrar la inocencia de su defendida, no el de las manifestaciones públicas. El argumento esbozado por la Santa de la Recoleta: están todos en la misma rosca y sólo me someten a juicio a mí, reafirmado por (SIC): La que se siente muy boluda soy yo, concluyendo que no se la juzga por corrupta sino por ser presidenta de la nación, resulta jurídicamente absurdo, pero políticamente útil. Su victimización se asemeja a la jirafa que intenta esconderse detrás de un pequeño árbol. Cristina, con la inflación superando el ciento por ciento anual y a “cargo” de un Gobierno que prevé asistir a 19 millones de personas a través de planes sociales y otros beneficios en 2023, debería ser la primera en considerar que: Un gobierno no está para darle comida a los pobres, sino para crear las condiciones necesarias para que el pobre deje de serlo y pueda comprar la cantidad de comida que quiera.

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