¿Sin justicia no hay paz social? Lo que no puede decir Cristina lo dijo Mayans.
Por Jorge Grispo. Abogado, especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones.
“La verdad secuestrada” es una novela de los chilenos Eduardo Contreras y Cecilia Aravena (2019): Patricio Valdivia, un Policía de Investigaciones que ha sido separado de esa institución luego de dos décadas de servicios por supuesta “salud incompatible con el cargo”, aunque la verdad indica que lo expulsaron por su condición de homosexual y por llevar a los tribunales a una alta autoridad involucrada en el atropello a los Derechos Humanos. El personaje utiliza dos cuadernos. Uno, de tapas verdes, para anotaciones de poco interés; y, otro de tapas rojas, para aquellas anotaciones calientes, relevantes para la pesquisa. La trama me lleva a repasar ciertos conceptos que se asemejan a la secuestrada realidad nacional y popular, escritas en cuadernos de tapas rojas, por un gobierno que agudiza su empecinamiento con el fracaso.
Discutimos problemas de vodevil dejando de lado aquellos que son trascendentes. Ese ejercicio procrastinador que hacemos como colectivo social, nos coloca en el sendero de decadencia que transitamos en la actualidad con renovado ímpetu. Que sesione el Senado, como el jueves pasado, para emitir una declaración de claro tinte partidario, es al mismo tiempo un desatino institucional y una calaverada política. Nos parecemos al “borracho” que acelera a fondo contra el paredón sin tener conciencia de que hay que apretar el freno, salir del auto y someterse a un tratamiento contra el alcoholismo. En otras palabras, la clase dirigente se encuentra disociada de la realidad que el resto de los ciudadanos padecen. El “negocio” de la política está alejado de quienes se pretende gobernar. La grieta es una “mercadería” más en todo el elenco de productos que nos intentan vender y el “discurso del odio” es la nueva oferta que tiene el cristinismo.
Por caso, el lamentable atentado contra CFK nos deja muchas enseñanzas, sobre todo lo que venimos haciendo mal como sociedad, y en particular una muy importante para la clase dirigente: Aunque pase lo peor (como un atentado) la grieta que nos divide -que por estas horas se hace más grande que nunca a consecuencia de la actitud disruptiva del Frente de Todos- está muy lejos de lo que siente o piensa mayoritariamente la sociedad. Es como si la “política” viviera en otra dimensión, en una distinta a la del resto de los ciudadanos, que, cansados de tanta cantinela, dedican su tiempo y esfuerzos a sobrevivir sus propias penurias.
En este contexto se viene desarrollando uno de los juicios más importantes de nuestra historia, la causa “Vialidad”. La acusación de los fiscales tuvo una impensada repercusión pública, tanto que obligó a Cristina a defenderse, salió con los tapones de punta contra el Poder Judicial con alegaciones de tinte político, mezclando, como nos tiene acostumbrados, medias verdades con relatos fantásticos que secuestran la verdad. A partir de estos antecedentes debemos entender todo lo sucedido en torno del repugnante atentado. Los hechos indican que un sujeto apuntó y gatillo un revolver a centímetros de su cabeza. Luego sucedió todo el desmadre circense que nos terminó atropellando, a consecuencia del uso político del atentado y el discurso de la victimización. Abruma la diferencia entre la actitud del cristinismo y la de Alfonsín que padeció tres atentados.
CFK, auto percibida madre de los argentinos, enfrenta un semáforo rojo: el descreimiento generalizado de la ciudadanía en torno a lo sucedido. Para algunos es un hecho indudable. Para otros un montaje. Y, lo más grave, para la gran mayoría no tiene importancia. Esta fragmentación de la opinión pública es un indicador de la disociación existente entre la política y la sociedad. A la vez, un llamado de atención para todo el arco político, porque si nos quieren vender mercadería podrida de relatos fantásticos que el electorado no está dispuesto a comprar, en 2023 van a tener más de una sorpresa. Dicho en otras palabras: “lo que paga la grieta en términos políticos, se lo termina cobrando en términos electorales”.
Son conocidos los pensamientos de Cristina sobre el Poder Judicial, en particular su anacrónica visión en relación a que los jueces no son elegidos por el “voto popular”. Sin ir más lejos, durante este gobierno, la ya famosa Comisión Beraldi tuvo por objetivo reformar la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Mayans ha redoblado la apuesta alucinando sobre la necesidad de obtener paz social a cambio de anular el juicio de vialidad donde CFK está siendo juzgada. Pero no se quedaron sólo en eso, sino que fueron por más “tirando” a correr, a imagen y semejanza del chavismo más exacerbado, la idea de sancionar una ley mordaza o ley del odio, con la clara finalidad de reprimir la libertad de expresión, columna vertebral de nuestra democracia. Discutir este tipo de leyes es tanto como tapar el sol con las manos, dejando raptada la verdad por los difusores del nuevo relato del odio.
La forma en que reacciona la sociedad a tanto fuego de artificio berreta es con hartazgo y enojo e indignación, lo que por cierto excede las banderas políticas penetrando en el metro cuadrado de cada uno de los ciudadanos que se sienten afectados por toda esta locura colectiva que desde los relatos salvajes de la política de vodevil nos fuerzan a soportar. La novedad es que esta vez, la alteración de la paz social fue afectada por las propias intenciones de CFK, quien al sentirse acorralada por las causas en las que está sometida a juicio, disfrazada de Nerón salió a prender fuego el país entero. Esto que parece una exageración, no lo es. Fue reconocida por Mayans (la voz en “on” de CFK) cuando dijo (SIC): “¿Queremos paz social? Empecemos a parar el juicio este que es vergonzoso”.
La política es un conjunto debilitado que debe “renovar” periódicamente sus fueros. Viven en la incertidumbre, dejándolos expuestos de cara a la sociedad, hoy cada vez menos tolerante con sus desatinos. Para la política no existe la garantía del éxito, sino la certeza del ocaso, algo que a todos, más tarde o más temprano, les termina llegando. Cristina viene transitando el camino de su declive, interrumpido ahora por la atención pública que le dio primero el alegato del Fiscal Luciano y luego el lamentable y repudiable atentado del que fue víctima. Como decía el ya célebre anillo de Julio Grondona: “Todo pasa”. Y esta nueva centralidad pronto dará lugar a otra sucesión de temas. Va a ser muy difícil para la vicepresidenta sostenerse como “centro del universo” por un tiempo indefinido.
La actitud que ha tomado Cristina, perpetuar su figura tras la victimización y los discursos del odio, como contraposición de su sometimiento a la justicia y las posibles consecuencias, es tan reprochable como antidemocrática. Busca con eso elevarse “moralmente” como víctima, cuando en realidad se termina rebajando al papel de victimaria. Esa estrategia política tiene el problema que coloca al resto de la sociedad en un espacio muy complejo, donde todo se discute, nada es lo que parece y la incertidumbre se hace carne en la población generando saturación, y una barrera para el resto de la sociedad, que debe saltarla para poder seguir adelante. Esa barrera, ficticia por cierto, esconde lo que en realidad es el abusivo discurso del miedo y la victimización, situando a la presunta víctima en una dimensión distinta y muy alejada de quienes en definitiva serán sus votantes en 2023. Un error más de cálculo que aún no es percibido en su real dimensión.Lo anterior se ve agravado por el secuestro de la verdad. El gobierno de Axel Kicillof preparó un manual con ideas para discutir el intento de magnicidio con estudiantes de secundaria. El adoctrinamiento político en las escuelas debería ser considerado en nuevo tipo penal. El “yo odio, tu odias, el odia, nosotros odiamos, vosotros odiáis, el gatilla” constituye una exacerbación del relato salvaje. Se suma la “misa” circense de Luján, una clara puesta en escena del oficialismo, para la llamada por muchos “La Reina Polenta”, que, por esas cosas del destino contrasta fuertemente con el funeral de una Reina de verdad como Isabel II. Las comparaciones siempre son odiosas, pero a veces necesarias. Vivimos en una sociedad donde los que nos dirigen han secuestrado la verdad. Ya lo dijo Julio Cortázar: “No hay una autocrítica que empiece por decir yo también formo parte de las equivocaciones y de los defectos del país. En la medida que el pueblo no se dé cuenta de que él es el protagonista de su democracia, y no los demás, no vamos a salir adelante”.