¿Tregua o una simple pausa? La suerte ya está echada.
Por Jorge Grispo. Abogado, especialista en Derecho Corporativo, autor de numerosos libros y publicaciones.
Toda historia tiene un final, pero en algunos casos ¿es mejor cualquier final que ninguno? No hay duda alguna de que para la preservación de la institucionalidad de la nación el mejor final de un gobierno es el que la Constitución Nacional dispone, en nuestro caso, el 10 de diciembre de 2023, fecha en la cual Alberto Fernández deberá entregar los atributos de mando a quien sea que lo suceda (hoy la hipótesis de su reelección quedó en el cajón de los recuerdos). Los acontecimientos generados por la impericia del gobierno son de corto aliento. Se suceden unos tras otros, quedando rápidamente en el olvido de una semana para la otra, convirtiendo a la nación en un país tóxico donde lo único permanente es la incertidumbre de lo que va a pasar mañana.
En este escenario, el nuevo stand up de la Excelentísima Vicepresidenta de la Nación resultó tan predecible como aburrido. Empeñada en demostrar que el poder es ella y lo ejerce como mejor le parezca según las circunstancias, acometió en esta oportunidad contra Martín Guzman. Pero no nos confundamos, lo que algunos entendieron como signos de una tregua entre la vicepresidenta y el ya agotado Alberto Fernández, es una simple pausa. Cristina se ocupó de dejar bien en claro que tiene toda la artillería necesaria para poner y sacar ministros a su antojo, en lo que bien puede entenderse como una advertencia directa a quien “okupa” el sillón de Rivadavia cuando dijo “No voy a revolear a ningún ministro, quédense todos tranquilos”, puso en claro que si quiere lo puede hacer. Tan obvio cómo amenazante para un presidente que sometido a su voluntad fue empujado hasta el borde del precipicio. Ahora puso “pausa”. Solo eso. Nada más.
Estamos presenciando una descomposición de la realidad donde cada semana esa putrefacción se agiganta un poco más. Un presidente procrastinador para la toma de decisiones es perseguido permanentemente por una realidad que cambia a un ritmo vertiginoso. Dicho en otras palabras estamos observando la puja entre un gobierno lento y desarticulado peleando contra una realidad cruda y veloz. La tortuga jamás podrá alcanzar a la liebre. La vorágine en la que vivimos nos deja un contexto social complejo para ser enfrentado por el actual gobierno a consecuencia de su propia desunión y pujas internas. Es como el boxeador que sale al ring y se tiene que pelear al mismo tiempo contra su rival y con su propio banco. Imposible ganar un combate en esas condiciones. Mucho menos la guerra contra la inflación en la que todos los argentinos perdemos.
La desnudez de poder del presidente quedó evidenciada esta semana, donde abrumó con su silencio, solo interrumpido para “leernos” un discurso en Tucumán, sin apartarse ni una sola letra de lo previamente establecido. La indigencia de poder de Alberto no debe ser analizada sólo desde la mirada de sus propios hechos, sino desde el conjunto tanto de su actuación personal como la de su propia coalición, donde lo han tratado de “mequetrefe y ocupa “(Fernanda Vallejos), “el que trajo al borracho que se lo lleve” (Sergio Berni), o más grave desde una mirada institucional: “Se abrazaron a Guzmán, los dejó tirados y ahí está Cristina poniendo la cara otra vez para sacar esto adelante” (Máximo Kirchner). Son tres ejemplos entre muchos. Todos los sectores de su espacio han horadado la imagen del presidente, además de que el propio Alberto Fernández no deja de tropezarse consigo mismo, autogenerándose una inestabilidad que bien podría haberse evitado, sino fuera por la desorientación que evidencia en todo su accionar. Hoy, acorralado por Cristina, pareciera haber tirado los guantes. Sabe que perdió la pelea. Una que nunca pudo ganar.
Las conductas patológicas del gobierno, en particular las de Cristina y Alberto, nos llevan a tener, por ejemplo, una Ministra de Economía que no tiene el volumen necesario para soportar el peso de los problemas que deberá enfrentar. Considerando sus antecedentes y contemplando el contexto político actual, las fallidas declaraciones en punto a que “el derecho a viajar colisiona o tensiona con el derecho a la generación de puestos de trabajo” constituyen una muestra de la falta de “porte” para enfrentar los desafíos del cargo que aceptó. Desde el momento en que juró, puso en marcha el cronómetro de su propia renuncia. El drama es que en ese “ínterin”, los problemas se seguirán agravando (inflación, dólar, falta de insumos, entre muchos más). Por cierto, debemos remarcar que son conductas patológicas a lo cual los ciudadanos nos hemos sometido con llamativa docilidad desde el largo encierro que la cuarentena de Alberto nos impuso.
La cronoterapia invertida que intenta Alberto, aguantar y que pase el tiempo, es algo que jamás debería haber sucedido. Se ve agravada por un presidente ausente de la gestión, más allá de sus intentos por mostrarse en control del gobierno, algo que ya todos sabemos no sucede, por más imposturas que intente en sus discursos o apariciones públicas, provocando una situación de ansiedad generalizada y expectativa en la sociedad que se terminaron canalizando en una pregunta tan oportuna como criteriosa de la periodista Di Lenarda a la bocera oficial: ¿El presidente está en control o el enfrentamiento continúa mientras los argentinos siguen esperando que va a pasar con el futuro de todos? Ni el presidente está en control, ni la Excelentísima Vicepresidenta dio una tregua. Estamos presenciando solo una “pausa”, una especie de corredor humanitario que Cristina le dejó abierto al presidente para que no se mude al departamento de Puerto Madero y siga durmiendo en la quinta de Olivos, en ambos lugares en su calidad e inquilino temporal.
Todo el “padecimiento” que vive el presidente es consecuencia inmediata y está condicionado por su propio espacio político, que ya no lo quiere, lo desprecia y lo culpa anticipadamente por lo que suponen será una dura derrota electoral en 2023, peor aún que la sufrida en 2021, a consecuencia del agravamiento diario que soporta una sociedad que se siente a la deriva y sin “control del volante” de los que tienen la responsabilidad de dirigir los destinos de la nación. En ese contexto cualquier final no es deseable. Es obligación de los que nos dirigen buscar el mejor final. Alberto y Cristina rompieron para siempre. Uno es un “traidor” y la otra es la “loca”. En esas condiciones la traición y los ataques solo eran una cuestión de tiempo.
Llegamos así a la decantación de una situación política y social que si bien le dio al Presidente Fernández su acceso al cargo, lo dejan sin respuesta a la situación traumática que estamos viviendo por estos días, colisionando la legitimidad de origen (las urnas) con la legitimidad de ejercicio (el acto de gobernar en sí mismo), por cierto ya reconocido por la propia Cristina Kirchner cuando hizo publicó un mensaje en Twitter en el que afirmó: un gobierno puede ser «legítimo de origen y no de gestión». La obediencia actual (casi debida) del presidente hacia Cristina le traslada a ella las consecuencias del desastre nacional y popular en que se ha convertido el gobierno del Frente de Todos y por ende la carencia de esa legitimidad de gestión que la propia vicepresidenta cuestionó en su momento.
El país de Alberto y Cristina es uno peor de lo que era. En Argentina el precio del dólar es un claro termómetro de la mayor o menor estabilidad política del gobierno. La incapacidad se ve a simple vista, al igual que el cansancio y el hartazgo moral de la sociedad que ya no soporta a los malos gobiernos frente a conductas erradas que solo nos asegura un futuro peor y más duro que el presente. La depreciación del peso es un dique roto a punto de estallar, en un país donde todo o casi todo está alcanzado por la cotización de la divisa americana, frente a un peso que cada minuto vale un poco menos. Todo indica que el final, al menos desde la perspectiva económica, será caótico, por más que Alberto y Cristina se empeñen en contarnos medias verdades que encubren grandes falacias. La suerte está echada: “’Alea Iacta Est”, dijo Julio César cuando en el siglo I antes de Cristo cruzó con sus legiones el Rubicón y daba por terminado el Primer Triunvirato al entrar en guerra contra uno de los cónsules de Roma: Pompeyo. La historia se repite. La suerte ya está echada para Alberto Fernández. Derrotado por Cristina, se quiso ir. No lo dejaron. Debe seguir porque es su obligación constitucional. Todo debe tener un final, deseamos que sea el correcto.